¿Por qué la violencia y el crimen organizado aumenta en México?

La realidad de la inseguridad y violencia es compleja y multidimensional; tener una única solución a una problemática tan vasta es complicado

¿Por qué la violencia y el crimen organizado aumenta en México?

La Conferencia del Episcopado Mexicano, en el 2010, nos entregaron una exhortación pastoral, sobre la misión de la Iglesia en la construcción de la paz, para la vida digna del pueblo de México, con el título: “Que en Cristo Nuestra Paz México tenga Vida Digna”, nos presenta un enfoque para abordar la compleja realidad. Presento una parte que reflexiona la raíz.

La realidad de la inseguridad y violencia es compleja y multidimensional. No podemos, sin más, atribuirla a una sola causa, hacerlo sería ingenuo y nos llevaría a pretender, también con ingenuidad, tener una única solución a una problemática tan vasta y complicada.

Hay tres factores de riesgo sobre los que es urgente intervenir, se alcanza a descubrir tres, que consideramos importantes porque explican, en medio de un mundo globalizado, por qué la violencia y el crimen organizado han encontrado terreno propicio para desarrollarse, crecer y aumentar, de manera exponencial.

PRIMER FACTOR DE RIESGO: LA CRISIS DE LA LEGALIDAD

Vivimos una crisis de legalidad. Los mexicanos no hemos sabido dar su importancia a las leyes en el ordenamiento de la convivencia social. Se ha extendido la actitud de considerar la ley no como norma para cumplirse sino para negociarse. Se exige el respeto de los propios derechos, pero se ignoran los propios deberes y los derechos de los demás.

No tenemos, como pueblo, respeto de las leyes, del tipo que sean, ni interés por el funcionamiento correcto y transparente de las instituciones económicas y políticas. El signo más elocuente de esto es la corrupción generalizada que se vive en todos los ámbitos.

Es indispensable crear alianzas, tejer redes y despertar sinergias entre familia, escuela, empresarios, gobernantes, medios de comunicación e Iglesias. Estas sinergias serán provechosas en la medida en que se coloquen al servicio del crecimiento de la persona humana y sus exigencias objetivas de desarrollo.

Talcott Parsons (1902–1979) sociólogo estadounidense, ha señalado siguiendo a Freud que la relación del hombre con la ley se deriva de la relación que tenemos con nuestro padre. De nuestro modelo de subordinación en la familia se deriva nuestra subordinación a las reglas jurídicas, dependiendo de ello que las personas desarrollen la voluntad de conformidad con el derecho y el compromiso con sus prescripciones. De esta manera este autor entiende que la idea de universalidad propia de la regla jurídica, se adquiere a través de la identificación con el padre, en los componentes de orientación de valor, logrando con ello la institucionalización de las pautas de valor.

Se educa con el ejemplo, y la formación de ciudadanos que viven conforme a la ley, que entiendan el sentido la función de las reglas para la sana convivencia familiar y social, no es labor sólo del gobierno, la iglesia o la escuela; lo que compete principalmente a esta fuerza tan débil y tan poco atendida como es la familia. No podemos verlo solamente como un problema del sistema educativo, pues el problema social grita lo que dice esa frase de sociólogos, “las sociedades son, como son las familias”, puesto que la familia es la célula más básica y esencial de las sociedades, ver una sociedad corrompida, diluida, dividida, sólo son el síntoma que las familias están viviendo justamente así. Por eso, estimado lector, la mejor aportación que puedes hacer a la sociedad es que formes, cuides y ames a tu familia. Por el bien de los que amas, los tuyos y así, tendremos una nueva generación de ciudadanos que brotan como soluciones y no como problemas en la sociedad, aparentemente tan lejos de cómo debería de ser.

SEGUNDO FACTOR: LA CRISIS DEL DEBILITAMIENTO DEL TEJIDO SOCIAL

En segundo lugar, el debilitamiento el tejido social, es decir vemos como se han relajado las normas sociales, así como las reglas no escritas de la convivencia que existen en la conciencia de cualquier colectividad bajo formas de control social que corrigen las conductas desviadas y mantienen a la sociedad unida y debidamente cohesionada. La fragmentación social, la frágil cohesión social, el individualismo y la apatía han introducido en distintos ambientes de la convivencia social la ausencia de normas, que tolera que cualquier persona haga lo que le venga en gana, con la certeza de que nadie dirá nada.

Como nos hace falta rescatar las buenas costumbres, simples y sencillas normas de convivencia, de amabilidad, del simple saludo sin mal interpretar, un mal interés, sin ser ingenuos. Es verdad que esto viene de la educación familiar y hay que seguir insistiendo que estamos llamados a cuidarnos, como sociedad, en la empresa, entre vecinos, entre amigos y no sólo creer que el estar ajeno a todos me hace un mejor ciudadano, como decía erróneamente una persona “yo soy muy buen vecino, no me meto con nadie, para que nadie se meta conmigo, ni saludo para que no me saluden”. Incluso como economías interempresariales, conviene el saber que sólo en la unidad social, como conciudadanos de una misma región, nos conviene las buenas relaciones, para subsistir ante las grandes franquicias que cada vez hacen que los pequeños empresarios vayan desapareciendo, sea por falta de actualización, o simplemente por un egoísmo de buscar sólo el bien particular, olvidándonos como dice la canción, que somos vecinos de este mundo.

Pareciera como si olvidáramos concepto tan esencial como lo que es “Pueblo”, social y subjetivamente hablando, podríamos mencionar una definición que encontré, que dice:

“El término Pueblo, se refiere a la sociedad en cuanto integrada por personas que al poseer inteligencia y libertad tienen el derecho de vincularse solidariamente y de esta manera evitar ser objetos de uso o de abuso promoviendo sus legítimos intereses y colaborando a la construcción del bien común. La subjetividad social se fortalece cuando existen organismos que promueven la corresponsabilidad y la interdependencia basadas en la persona humana y sus derechos. Más aún, la subjetividad social permite que una comunidad no se torne masa anónima sino verdadero pueblo. Cuando la sociedad es sujeto activo de su propio destino las instituciones responden de una manera más adecuada a las necesidades auténticas de la población.”

El efecto de desvinculación social y desinterés en la justicia social, no será de nuestro interés, hasta que nos afecte de manera personal o a alguno de nuestra familia. ¿Por qué esperar que el agua nos suba a los aparejos?; y darnos cuenta como en las tragedias nacional, que hay una responsabilidad grave y directa de la búsqueda desmedida de ganancias, promoviendo y construyendo viviendas en lugares de alto riesgo, donde la naturaleza siempre ha llevado y llevará su cauce.

Deseo que no sea el consumismo que nos lleve a un desgaste emocional, pensando que el tener, está por encima del ser, busquemos promover la cortesía, la afectividad con los que convivimos, para cuando no estemos, tengan un buen recuerdo de nosotros. Y seamos quien busque la unidad como sociedad que nos vincule a un interés del bien común, donde nos desarrollemos laboral y familiarmente; ya que a veces, pareciera que nuestros dirigentes políticos y religiosos, no les interesara.

TERCER FACTOR: LA CRISIS DE MORALIDAD

En tercer lugar, vivimos una crisis de moralidad. Cuando se debilita o relativiza la experiencia religiosa de un pueblo, se debilita su cultura y entran en crisis las instituciones de la sociedad con sus consecuencias en la fundamentación, vivencia y educación en los valores morales. Siendo un pueblo profundamente religioso y cristiano, se han debilitado en la vida ordinaria las grandes exigencias de la moral cristiana: desde el imperativo primordial «¡No matarás!», hasta el consejo evangélico que nos llama al amor extremo de entregar la vida por los demás. Cuando la falta de respeto a la integridad de las personas, la mentira y la corrupción campean, no podemos menos que pensar que hay una crisis de moralidad.

Al concluir este acercamiento a la realidad de inseguridad y violencia que se vive en México, caemos en la cuenta que estamos ante una problemática compleja y que la responsabilidad de responder a los desafíos que representa es de todos los mexicanos. Perdemos el tiempo cuando buscamos culpables o esperamos pasivamente que sea sólo el gobierno quien dé solución a problemas que son de todos. Debemos actuar ya, cada quien en su propio ámbito de competencia. Las autoridades, con los recursos propios que le proporciona el Estado de Derecho para el ejercicio de su actuación; la sociedad civil, asumiendo responsablemente la tarea de una ciudadanía activa, que sea sujeto de la vida social; los creyentes, actuando en fidelidad a nuestra conciencia, en la que escuchamos la voz de Dios, que espera que respondamos al don de su amor, con nuestro compromiso en la construcción de la paz, para la vida digna del pueblo de México.

La respuesta de Dios a la humanidad que se ha dejado seducir por la fuerza del mal es la promesa del Mesías, el Ungido del Espíritu que abre nuestra historia a la posibilidad de restaurar en el mundo la armonía original. Así nos lo enseña el profeta cuando anuncia la era mesiánica como un mundo nuevo de paz en el que «habitará el lobo junto al cordero, y la pantera se echará junto al cabrito» (Is 11,6) y «entonces harán de sus espadas arados, …ni se prepararán más para la guerra» (Is 2,4); el Mesías mismo será llamado «Príncipe de Paz» (Is 9,5).

ORACIÓN POR LA PAZ (de la Conferencia del Episcopado Mexicano)

Señor Jesús, Tú eres nuestra paz, mira nuestra Patria dañada por la violencia y dispersa por el miedo y la inseguridad.

Consuela el dolor de quienes sufren.

Da acierto a las decisiones de quienes nos gobiernan.

Toca el corazón de quienes olvidan que somos hermanos y provocan sufrimiento y muerte.

Dales el don de la conversión.

Protege a las familias, a nuestros niños, adolescentes y jóvenes, a nuestros pueblos y comunidades.

Que, como discípulos misioneros tuyos, ciudadanos responsables, que sepamos ser promotores de justicia y de paz, para que, en Ti, nuestro pueblo tenga vida digna. AMEN.

María, reina de la paz, ruega por nosotros.

Spraya
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